lunes, 23 de noviembre de 2009

Para...


Salirme, erradicar toda ineludible vinculación al cuerpo, a estos límites de piel y más allá intentar sobrepasar la pared de lo conocido, y no acomodarse porque al final termina por ser los muros y el sillón que uno se procura para campar a sus anchas, termina por ser el aborrecido jardín con flores y una náusea de ausencia de carencias y una cárcel tan bonita de piel suave y agradable aroma
Esta inútil guarida.

“Yo mismo en el resto de la realidad que ignoro me estoy esperando inútilmente” (Cortázar)

Qué maltratado ese yo del otro lado al que nunca redimimos, atado en corto, se alimenta de lo que puede, casi nunca de realizaciones(acciones). Un poco de tiempo libre para el pobre carroñero de meditaciones, para el lobo estepario, para el vagabundo taciturno, apartado.
Sed de esta agua, una sed incalmable, que exige, que no deja.

Y pensé que aquí escritas no iban a parecer tan graves y hondas las palabras que son germen de una actitud que vista aquí parece que ni siquiera plantea argumentos de peso. Porque no los tiene seguramente. Y dicho esto uno se sacude la cabeza y sigue a lo suyo.
Mas tarde descubriría que esta esquivación se gangrena si no se trata a tiempo

lunes, 2 de noviembre de 2009

El túnel

"Aqui no pasa nada, salvo el tiempo"

Y es el túnel blindado, infranqueable, el recorrido cilíndrico delimitado por el que andamos (vivimos); el túnel del tiempo al fin y al cabo, desprovisto de aberturas, hermético, por el que discurren los segundos implacables en esta cuenta atrás fatigosa, en este agarrar las 9:49 en un banco de un parque tranquilas; creyendo aprehender este sentimiento volátil que se desvanece al ponerme en pie.

La realidad no estará a la altura del sueño. La dulzura del sueño será más tarde considerada imaginación infantil, sueño relegado a rango de pensamiento desdeñable, habiendo perdido los matices anteriores. Pero solo asi continúo, no puedo aglutinar los sueños o reconsiderarlos insistentemente, si acaso revisarlos con la indiferencia (o mejor intrascendencia) que supone mirar al pasado. Sentir los recuerdos como un liquido derramado, esparcido, y no como el dolor del recuerdo viscoso, gangrenado.

Y me falla la proyección precipitada de las cosas, el apresuramiento, para nada, para que se caigan los castillos.

He visto mis cartas sobre la mesa, alguien hizo un sorteo, el reparto es definitivo para esta partida. Son mi sentencia de vida.

A veces los días son como la arena que se cuela entre los dedos sin dejar huella, constancia de que pasó por allí, de que hubo en algún tiempo arena. Los días que bañan la piel como arena que se desliza rozándonos y quedándose atrás. Y uno se da la vuelta y solo ve arena impregnada de nada. Acaso se lleva algo de sudor con ella, algo turbio. Ese mal recuerdo (dudosamente sedimentado), tapado bajo sucesivas capas en el cubículo inferior del reloj de arena.

Los días, en su mayoria huidizos y coladizos. La arena sabe de su homogeneidad, que aplacará el sentido de nuestra vista mientras permitimos que siga colándose entre nuestros dedos, sabiendo que no cortaremos su flujo por pura ceguera.

El sentimiento de imprimir páginas en blanco es devastador. Los días sólo me recuerdan que no hago nada con ellos.

“Este es un viaje del que cuando se vuelve no se tiene mucho que contar” (Pessoa)